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97 Pág. Escritores Magda R. Martín

 

Aquellos arbustos y árboles de los que desconocía su nombre, separaban el prado de uno de los típicos canales ingleses  por  donde,  de  vez en  cuando,  pasaban  las  barcazas  que hacían el recorrido turístico por su corriente. Me pareció un paisaje encantador y mi primer pensamiento fue en lo acertado de aquellas vacaciones.

Me acomodé en la habitación pequeña desde donde se divisaban los paseos, limpísimos, muy bien cuidados, con arriates de flores de maravillosos colores. Era una delicia asomarse a cualquiera de las ventanas para observar la naturaleza.

Mi amiga tenía una perrita, un poco vieja ya, que atendía por el nombre de Mandy y todos los días, mañana y tarde, salíamos a pasear con ella. Por la tarde era nuestra costumbre dar un paseo relajante, más largo que el de la mañana, mientras Mandy corría a su antojo, primero por los caminos cercanos al canal, y luego, por un enorme parque situado al extremo izquierdo de la carretera.

Allí, el paseo era delicioso. Con lagunas dispersas en las que se podían contemplar garzas moñudas descansando con las patas dentro del lago lo que daba a la visión del entorno la delicadeza de un cuadro chino dibujado con hilos de seda.

Después de permanecer unos días en la ciudad, decidimos que la primera en despertarse fuera la encargada del paseo mañanero de la preciosa Mandy y, aquella mañana me tocó a mí.

Sin olvidar las bolsitas de plástico para dejar limpio todo aquello que la perrita pudiera ensuciar, me puse una chaqueta de lana pues, aunque estábamos en el mes de Agosto, las mañanas y las noches se notaban frías en aquellos lugares y, agarrando a la perrita con la cadena, salimos ambas a pasear por las cercanías del canal situado a unos veinte o treinta metros de la casa.

Al entrar por el camino que lo bordea, era nuestra costumbre dejar a Mandy suelta para que olisqueara a su capricho y lo mismo corría unos metros delante que unos metros detrás de nosotras. Aquí, me veo obligada a hacer un paréntesis para dar una explicación personal.

Sé que no es muy coherente pero el ambiente de los alrededores de los pueblos ingleses, solitario, húmedo y gris, aun en pleno verano salvo días excepcionales, siempre me ha causado cierto temor, tal vez influida por lecturas policíacas y misteriosas en las que se describe un paisaje inglés hasta cierto punto inhóspito y peligroso, por lo que procuraba salir pronto del camino del canal que, aunque se encontraba muy cercano a las casas habitadas, solía estar desierto.